IDEAS VAN Y VIENEN TODOS LOS DÍAS, ALGUNAS TRASCIENDEN, OTRAS SE PIERDEN EN EL OLVIDO, TODAS, SIN EMBARGO, APORTAN AL BAGAJE COLECTIVO DE NUESTRA CULTURA.

Abelardo González Zamudio

lunes, 12 de julio de 2010

Del Anecdotario de la Generosa. ¡¡QUÍTEME LOS CALZONES Y DEME DOS JURGONES!!

Enredos, inquilinos, calzones, bombas, tabaquitos, jurgones, galletas de manteca, de agua y de mantequilla, canillas, bizcochuelos, borrachos, marquesotes, etc., los hay también de sal: teleras y batidas.


Infinita por antojable es la variedad de panes alvaradeños. Famosas sus panaderías, Carlisin, Miguel Lara, Pulgar, Capla, etc.

Tan variado es el menú de panadería como el de dulces: sopa borracha, beso del duque, copa de oro, trompada, dulce de leche, de coco con piña, peritas, cabeza de perro, higos, naranjas y papayas rellenas, etc.

En alguna ocasión una pequeña y asidua “come pan den'ca pulgar”, siempre escasa de centavos y siempre haciendo cuentas de las piezas que con los cobres ($.20) y tostones ($.50) alcanzaba a comprar, solicita al buen panadero:

-Don pulgar, deme dos calzones, dos bombas y un enredo. ¿Cuánto es?
-De los calzones y el enredo tres pesos, de las bombas uno

Con cara de congoja determina la “come pan” que no le alcanza.

-Sólo tengo tres pesos, ¿para qué me alcanza?, ¿cuánto cuestan los jurgones?
-Niña, ya sabes, los jurgones son a tostón, los enredos y los calzones a peso

-Ya sé, Don Pulgar, ya se!!!,  ¡¡QUÍTEME LOS CALZONES Y DEME DOS JURGONES !!

martes, 6 de julio de 2010

Del Anecdotario de la Generosa "EL DOCTOR DE LEÓN Y SU TRILEMA"

A decir del “che” Palacios, hasta hoy nunca me había preguntado ¿de dónde le viene lo argentino?, la mejor biblioteca privada sobre liberalismo es la del Profesor Rodolfo Figueroa.


El Profe., como cariñosamente algunos le llamamos, alguna vez nos contó sobre un destacado Dr. De León, que era famoso por su atinado diagnóstico y, en consecuencia, pertinente sanación médica. Dio inició la historia con una interrogante.


¿Nuca les conté el cuento sobre el doctor De León y su trilema?, verán.


Producto de su buena fama como médico, el Dr. De León apadrinó a incontables niños en el pueblo. Uno de tantos compadres, en una de tantas consultas, le requirió prestados unos centavos, solicitud que fue atendida por el insigne facultativo, ante el compromiso del solicitante de pagarlos con la venta de los productos provenientes del siguiente avituallamiento del barco en el que laboraba como “embarcado”.


Pasaron las semanas y el compadre no acudía a pagar su adeudo, tampoco a llevar a los ahijados, quienes con frecuencia requerían de consulta médica. La sombra de sospecha invadió al médico, quien decidió que si para el siguiente día no lo visitaba el compadre, él iría a su casa a fin de saber que pasaba y de paso cobrar sus centavos.


Llegó a la casa del compadre, una de las últimas del caserío de lo que hoy conocemos como Las Aneas. Librando todos los charcos y lodo imaginable, tocó la puerta de la vivienda.


– ¡¡ Compadre !!, pero, ¿qué anda haciendo por acá y a éstas horas? ¿Que le trae por acá? –expresó sorprendida la comadre, quien había acudido al llamado a la puerta.
– ¡¡ Ejem, jum ¡! Alcanzó a expresar el doctor, quien sabedor de las bondades que el moreno y bien torneado cuerpo de la comadre, nunca la había apreciado en ropa propia del quehacer doméstico.
– Venía, perdón, vine a ver al compadre.
– Anda por la plaza, compadre, déjeme el recado y se lo paso, porque por la tarde se embarca.
– Sólo dígale que pase a verle, el ya sabe de que se trata, adiós comadre.


Pasaron los días, y al no tener noticias de los compadres, el médico decidió darse otra vuelta por Las Aneas. En el camino a la casa de los compadres, en su mente se dibujaba la morena silueta de la comadre.


Encontró a la comadre lavando ropa, por lo que la bata que llevaba puesta se ajustaba a su cuerpo y ante la falta de corpiño, las curvas de sus senos y la obscuridad de la mama se marcaban en todo su esplendor. Sintió el médico un escalofrió en la baja espalda, con sentimiento de culpa, preguntó por el compadre y cabizbajo aceptó la invitación de la comadre a pasar.
– El compadre no está, anda embarcado, pero dígame en que puedo servirle, compadre, los niños están en la escuela, usted dirá para que soy buena.
Las tres habitaciones con que contaba la casucha fueron poco espacio para la pasión que envolvió al doctor De León y a su comadre.


El sentimiento de culpa no dejó dormir al buen hombre. Había faltado a todos los cánones del buen cristiano. Había fornicado con la mujer del compadre, con la madre de los ahijados. Pero qué mujer, el Señor le había dado a probar la gloria antes de fallecer.


Regresaba continuamente el doctor a Las Aneas en busca de los centavos debidos y también, porque no decirlo, de las caricias de la comadre.


Una de tantas mañanas, un fuerte norte ocasionó el temprano retorno de los embarcados. El compadre encontró al Doctor en los brazos de su mujer y, machete en mano, decidió lavar la afrenta.

– ¡¡Compadre!! Exclamó el doctor. – ¡¡No me mate!! He venido por los centavos que me debe, y dada la soledad en que se encuentra, he tratado de consolar a la comadre.
– ¡¡Bien consolada la tiene!! Exclamo el marinero. – ¡¡Ahora seré yo quien le consuele su soledad, y por pago de los centavos, dese la vuelta, vera ahora lo que es un hombre!!.


A la mañana siguiente, terminada la consulta decidió el médico ir a la casa de los compadres.


– ¡¡Qué coño de trilema!!, no sé si voy a cobrar los centavos, a consolar a la comadre o a que me chingue mi compadre.