IDEAS VAN Y VIENEN TODOS LOS DÍAS, ALGUNAS TRASCIENDEN, OTRAS SE PIERDEN EN EL OLVIDO, TODAS, SIN EMBARGO, APORTAN AL BAGAJE COLECTIVO DE NUESTRA CULTURA.

Abelardo González Zamudio

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Del Anecdotario de la Generosa “EIJA DE LA CHINGADA”

Mi madre comparte ese don de los alvaradeños de contar cuentos, historias y anécdotas que producen momentos infinitos de alegría. Siempre sostuve que lo picaresco le venía de la línea paterna, ya que mi abuelo fue uno de esos filósofos populares que enseñaban a base de cuentos y adagios, cualidad que comparte con muchos de sus parientes. Sin embargo, mi abuela materna de repente nos alegra la vida departiendo con nosotros uno que otro de esos momentos de felicidad a base de histrionismo. Lo anterior prueba que es de la gens del pueblo y no la genética familiar de donde nos viene lo dicharacheros a los alvaradeños. Ésta anécdota me la compartió mi madre. Cierta tarde de un ya avanzado septiembre, cuando la brisa proveniente del Golfo de México se abre paso menguando los intensos calores veraniegos, un atiborrado chiquillo caminaba por las calles que conforman el antiguo casco urbano de la ciudad. Cargaba a hombro la charola con los dulces típicos qué, caseros preparados por su afanosa madre, vendía de casa en casa, de cuadra en cuadra y de calle en calle. Su prisa radicaba en la imperiosa necesidad de terminar aquella deliciosa mercancía y, previa entrega del producto de la venta, concurrir a jugar pelota con los amigos de la calle. -¡¡MANJAR, COPA DE ORO, TROMPADAS, DULCES DE LECHE, CABEZAS DE PERRO, NARANJAS Y HIGO RELLENO!! -¡¡MANJAR, COPA DE ORO, TROMPADAS, DULCES DE LECHE, CABEZAS DE PERRO, NARANJAS Y HIGO RELLENO!! Ese era pues el canto de venta de aquel mozuelo. Mentora de vocación, reconocida formadora de infantes en aulas escolares, la profesora Quirasco se encontraba en el ajetreo diario de su casa a la que dedicaba las tardes. Escucha el pregonar del conocido niño de los dulces y sale en su búsqueda, a gritos le llama: -¡¡¡NIÑO, DULCERO, EL DEL MANJAR, SI TU, VEN!!! Veloz acude al llamado el dulcero. -Profe, que va a querer, las naranjas y los higos están fresquecitos, el coco lo preparó hoy mi mamá. -¿Niño, qué tu no vas a la escuela? -Si profe en la mañana, ¿qué le doy? ¿qué va a querer? -¿Qué no te han enseñado que antes de "i" se dice "e" y no "y"?, ¿Pero qué te enseñan en la escuela? La cara de sorpresa del chiquillo respondió a la interrogante de la maestra. -Sí, mira, no debes decir naranjas "y" higos rellenos, debes decir naranjas "e" higos rellenos, ¿entendiste?, siempre antes de "i" se dice "e". -Ajá, si profe, hay que decir naranjas "eigos", ya aprendí que antes de “i” siempre se dice "e". -Así me gusta. -Profe, y… ¿qué va a querer, le pongo un higo o un manjar, o las naranjas que tanto le gustan? -Ah, no, no… yo te hable para enseñarte como debes decir naranjas e higos, hoy no quiero nada. Entonces, con una cara de enojo más grande que su charola de dulces, responde aquel inocente dulcero: -Y para eso me habló, ¡¡"Eija" de la chingada!!.

martes, 29 de diciembre de 2009

Del Anecdotario de la Generosa: “SAREO Y LOS PESCADITOS”

Éste lo escuche por vez primera en la lonchería con venta de cerveza -así impuso el gobernador Murillo Vidal que deberían llamarse en la Lay a las cantinas, de esa forma en el censo de als mismas, Veracruz tendría muy, pero muy pocas.
No recuerdo de quien lo escuchamos, muy probablemente de Tío Gundo, un ser humano excepcional que vivió alrededor de 100 años y que, cantinero de profesión, tenía una y mil historias de éstas que forjan la cultura de Alvarado, la tierra que nos vio nacer. Venía pues el filósofo popular de una ardua jornada de pesca, en la que sólo había logrado atarrayar unos pocos peces de ínfima calidad. Caminaba por aquellas “calles llenas de arena” a las que les cantó Pablo Coraje, con el ensarte de peces en una mano, y la atarraya en la otra, cuando lo interceptó una señora con el fin de tranzar aquella mercancía. -Don Sareo, ¿a cuánto vende los sarguitos? -Señora, yo no vendo éstos pescaditos. -Don Sareo, ¡¡¡véndame los sarguitos!!! mi marido va a llegar a comer, es su cumpleaños y no tengo que darle. -Mire señora, en todo caso, le vendería yo los “pescaditos”. -Por eso, eso es lo que yo le digo, que me venda los sargos, ¿Cuánto va a ser? -Señora, por estos pescaditos, deme lo que sea su voluntad. -Pero que Don Sareo, ahora si veo que no quiere vender éstos sargos, mire le voy a dar 5 pesos, ¿cómo ve? -Está bien, mi señora, lo que me dé, está bien. Se marcho muy contenta la señora con sus “pescaditos” y Don Sareo con sus 5 pesitos. Al calor de la leña, en el patio de la casa, freía aquella paisana sus “sarguitos”, el humazo y el peste que éstos causaban era abundante, pero más la felicidad de deleitar al esposo. Cuando el agasajado llegó, inmediatamente notó un olor poco característico y mucho humo en el patio de la vivienda. -Qué bueno que llegas, te estoy friendo unos sargos que te voy a servir con un pico de gallo con “chilpaya” y tortillas del comal.
Acercándose al anafre, proclama el marido: -Pero mujer, ese olor no es de sargo, ¡si serás pendeja!, éstos son ronco amarillos, no sargos, te han timado, ¿quién te dijo que eran sargos? -Me los vendió fresquecitos y baratos Don Sareo, venía llegando de la pesca, le di 5 pesos por el atado. -Viejo tranza, te robó, esos roncos no valen ni un “tostón”. Pasados los días, se encuentran Don Sareo y el marido ofendido: -Oiga Don Sareo, ¡¡¡qué poca madre tiene usted, chingó a mi mujer!!! -¿Por que dice eso, mi buen amigo?, yo no tengo el gusto de conocer a su mujer -Como no, ¡¡¡si el otro día le vendió unos roncos como sargos y se los vendió carísimos, a cinco pesos, ni que fueran chucumites!!! -Ah, espéreme, yo no robé a nadie, su señora me pidió que le vendiera los sarguitos y yo le dije claramente que no le podía vender los “pescaditos”, ante su insistencia en que le vendiera los “sarguitos”, yo dije que me diera lo que ella quisiera por los “pescaditos”, mi buen amigo:
¡¡ELLA LES PUSO EL NOMBRE Y EL PRECIO!! así que yo no chingué a nadie.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Del Anecdotario de la Generosa: "SAREO Y LA CALUMNIA"

En alguna ocasión en el café Los Moninos, en el hermoso zócalo que engalana el centro neurálgico de Alvarado, en voz de Don Gil "El Mono", escuche la historia que consigna una querella entre Sareo, filósofo popular ya entrado en edad, y un perro de los llamados callejeros. Contó Don Gil que por la mañana, en aquel mercado antiguo de la esquina de las Avenidas Juan Soto y Manuel M Oropeza, donde con posterioridad se ubicó El Canal del Suez, Don Sareo platicaba muy a gusto con diversos personajes del Alvarado de entonces, en su morral descansaban a espera de ser preparado el jugoso bistec del día, sigiloso se acercó uno de tantos perros que sobrevivían de hurgar en la basura de "la plaza", de una sola tarascada, desprendió de la mano del filósofo el morral y degustó las mieles de aquel exquisito manjar. -Eh, can mal agradecido, así pagas las veces que has saciado de mi mano tu hambre- Los asistentes a la escena no podían dejar de reír, abundaron las expresiones: -A que Don Sareo, como si el perro le entendiera-, -Sareo, exígele que te devuelva la carne-, -Viejo bruto, como si el perro le entendiera-. Enojado hasta la coronilla, le espeta el filósofo al lebrel: -Me comiste la carne, en venganza, te levantaré un falso que te costará la vida-. Aquel nuevo diálogo con el perro, desató una larga serie de carcajadas en los concurrentes. Como es de entender, aquel señor de reconocida sapiencia se retiró con un muy mal sabor de boca. Pasados algunos días, retornó Don Sareo al mercado, en la carnicería que había sido lugar del hurto, requirió al encargado le vendiera "el bofe del día" -¿Pero va Usted a comer bofe, Don Sareo?, -¡Usted véndame el bofe, que un hombre de palabra debe cumplir con la misma! ¡Démelo así, sin envolver!. Con aquella víscera en el morral, habiendo ubicado al can que había amenazado, se acercó Don Sareo al mismo, y vaciando bicarbonato en polvo sobre la carnada, colocó con descuido el morral en el piso. Más tardó Sareo en hacer la maniobra que el perro en tomar el bofe y saciar su hambre. Producto de bicarbonato, la boca de aquel animal se llenó de espuma y de inmediato, se escucharon los gritos del filósofo: -¡PERRO CON RABIA! ¡PERRO CON RABIA! Bajo una tunda de palos encontró la muerte aquel que osó hurtar el bistec de Don Sareo, quien, consumada la paliza, se dirigió por tercera vez al perro, para a manera de epitafio decirle: -¡Te lo dije, te levantaría una calumnia que te costaría la vida!-